Recuerdo que cuando era niño, mi abuela me contaba historias increíbles, de personajes que solo en la imaginación de aquella anciana podían existir, y claro está, que a mi corta edad, el engañarme era pan comido, la ingenuidad cual fruto bendito de la infancia, me permitía imaginar que todo aquello en verdad existía o que en realidad había sucedido.
Pero como todo en la vida, con el
paso de los años, el velo que me impedía ver la verdad de las cosas desapareció.
La vida también me ha enseñado que la
ingenuidad camina de la mano de la ignorancia y está no hace distinción de edad, color de
piel o sexo.
Un pueblo ignorante en las manos equivocadas
es tierra de nadie o como dice el refrán, en el país de los ciegos el tuerto es
rey. Y corremos como queriéndole pegar al aire, para “defender” el bien común,
de aquellos malos “servidores público”
que se enriquecen a costas del erario público y como niños somos engañados para
ver lo que quieren que miremos, paramos infructuosamente
persiguiendo como el perro a su cola a los que creemos, son los únicos responsables
de la crisis que estamos viviendo, se
crea todo un espejismo frente a nosotros, el cual nos “impide” ver que las
migajas que este funcionario toma para sí, son “nada” en comparación con lo que este vende
patria deja que nos roben.
Esta historia que me contaron hace
algunos años ejemplifica de mejor forma lo que pasa. Estaba un vendedor callejero (chiclero) ofreciendo sus
productos en una cajita y de
repente pasa un ladrón y le quita un chicle y sale corriendo, al ver esto el
pobre chiclero perseguir infructuosamente al ladrón y al volver se da cuenta
que alguien más se llevó todo lo que tenía.
El día que empecemos a perseguir
a los que se reparten el pastel y no solo a quien recoge las migajas Guatemala saldrá
adelante.
Guatelinda, solo espero que cuando despiertes,
aun quede algo por hacer y no seamos como aquel que lo perdió todo.
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